Como buen estadounidense y como la casi totalidad de sus colegas
demócratas, el senador Kerry sucumbió al terror de ser acusado de
antipatriota y votó por la represiva Patriot Act y la guerra ilegal
contra Irak.
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No es mi intención realizar una generalización de todo ese pueblo (el
de EEUU) en base a un estereotipo antojadizo o prejuiciado. Pero, al
estudiar la historia de dicha nación es imposible abstraerse de su
nacionalismo belicista. El cual es tan explícito que parece increíble
que muchos no lo identifiquen o que no saquen las conclusiones de
hechos que se repiten una y otra vez. |
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En la pantalla se muestra a unos hombres junto a un automóvil. Están
siendo grabados desde un helicóptero con equipo de visión nocturna. Uno
de los tripulantes de la nave dice que vio armas. Otra voz ordena
disparar. Cual videojuego, cada una de las personas allá abajo, y allá
lejos en Iraq, cayó bajo ráfagas de metralleta del helicóptero
estadounidense. No hubo orden de alto ni advertencia, no hubo intención
de llamar a la infantería para fiscalizarlos, no hubo una
identificación certera de esos hombres, no hubo seguridad de si estaban
armados o si eran enemigos... Simplemente los mataron.
Esos y otros asesinatos de civiles grabados por las propias
fuerzas estadounidenses de ocupación o con su consentimiento que uno
puede ver en Chile, nos imaginamos que también fueron vistas en Estados
Unidos. ¿Qué les habrán parecido a los electores de ese país?, ¿habrán
pensado al menos que el oficial a cargo y el artillero deberían ser
enjuiciados por crímenes de guerra?. A estas alturas, a quién le
importa que se bombardeen barriadas o que se usen bombas de racimo en
ataques “quirúrgicos” en Afganistán e Iraq. ¿Le importará realmente a
Kerry, a los demócratas o a cualquier estadounidense que no vote por
Bush?
Para las recientes elecciones estadounidenses no pocos vieron
en Kerry la oportunidad de reemplazar a un presidente con pocas luces,
fanático religioso, nacionalista prepotente, violador de las leyes
internacionales y de los derechos humanos, con turbias relaciones con
el complejo militar-industrial y otras empresas privadas. Kerry que es
inteligente sería un presidente sensato, multilateralista, no
belicista, honesto. Sin embargo, creemos aquí que se olvida un asunto
no menor: ambos candidatos son estadounidenses. Por así decirlo, eran
la misma persona tal como el Doctor Jekyll y el Sr. Hyde. Por ejemplo,
como buen estadounidense y como la casi totalidad de sus colegas
demócratas, el senador Kerry sucumbió al terror de ser acusado de
antipatriota y votó por la represiva Patriot Act y la guerra ilegal
contra Irak.
Por tanto, esa separación entre la bondad de los demócratas
versus la maldad de los republicanos me parece demasiado optimista.
Permítaseme recordar que a fines de la Segunda Guerra Mundial bajo una
presidencia demócrata se bombardeó, en una Alemania casi derrotada, a
ciudades indefensas que no tenían importancia militar, repletas de
civiles que fueron quemados vivos con bombas de fósforo: sólo en
Dresden se tienen unos 100 mil civiles asesinados. Lo mismo, el
lanzamiento de las bombas atómicas a ciudades japonesas también
indefensas, en un país que en la práctica estaba ya vencido: Hiroshima
con 84 mil civiles asesinados y Nagasaki con 40 mil civiles asesinados.
Y, si aún estuviera Ud. incrédulo o amnésico, fueron los demócratas
quienes empezaron con Vietnam...
Como ya hemos expuesto en este mismo espacio (“Nacido el 4 de
julio, nacido para matar”, 3 de julio de 2004), el pueblo
estadounidense ha mantenido históricamente la convicción de su
superioridad moral, racial, económica, política, jurídica, religiosa,
nacional, cultural. El expansionismo primero y luego el
intervencionismo, en cualquiera de sus expresiones, ha sido justificado
hasta —como actualmente somos testigos— por razones democráticas y
humanitarias. Guerras, anexiones, protectorados, ocupaciones,
derrocamientos de gobiernos democráticos, apoyos a dictaduras
sanguinarias, escuelas de tortura, agresiones militares o terrorismo,
han sido legitimados de una u otra forma.
Aunque pudiéramos limitar la culpa a las esferas del poder
gubernamental, desde la segunda mitad del siglo XX (para tomar un
período en que los derechos humanos son un principio aceptado en
Occidente), la historia ha mostrado que parte importante del pueblo
estadounidense ha apoyado esos actos. Sea en la opinión pública, con
sus impuestos, como soldados, con su voto o con su abulia. Bush no es
una excepción, sino la expresión algo más brutal de una cultura.
Ese pueblo que lo apoyó en gran número en las urnas y a los
republicanos en la Cámara y en el Senado, ya había apoyado su doctrina
de Guerra Preventiva, su guerra al terrorismo y hasta las leyes
“patrióticas” que atentaban contra sus propios derechos civiles. Ese
mismo pueblo, en porcentajes altísimos, creyó que Irak estaba asociado
con Al-Qaeda o que ese país era una amenaza para su seguridad (¡cuándo
basta ver el mapa para constatar la distancia que lo separa de Estados
Unidos!). Por las consecuencias en vidas humanas, incluso “sólo” desde
mediados del siglo XX a la fecha, ya no es posible absolver al pueblo
estadounidense por su ignorancia. Más todavía si se toma en cuenta su
especial entusiasmo por la guerra.
No es mi intención realizar una generalización de todo ese
pueblo en base a un estereotipo antojadizo o prejuiciado. Pero, al
estudiar la historia de dicha nación es imposible abstraerse de su
nacionalismo belicista. El cual es tan explícito que parece increíble
que muchos no lo identifiquen o que no saquen las conclusiones de
hechos que se repiten una y otra vez.
Nadie afirmaría que es políticamente extremista o tendencioso
señalar que el pillaje —con la consecuente valoración positiva de la
violencia, el robo o el asesinato— era parte importante del sistema
económico de las antiguas tribus tártaras. ¿Por qué entonces fruncir el
ceño ante conclusiones sobre Estados Unidos basadas en los
acontecimientos a que ha dado lugar su ideología nacionalista
explícitamente sostenida?. Los nazis fueron malvados por ocupar países
y reprimir a los heroicos combatientes de la resistencia, lo propio en
el caso de los soviéticos y lo mismo se puede decir de los iraquíes en
Kuwait. ¿Por qué entonces cuando los estadounidenses cometen, e
históricamente han cometido, idénticas acciones son demócratas y
liberadores benéficos que se enfrentan a terroristas, antipatriotas,
enemigos de la democracia o bandidos?.
Los valores que sostienen la superioridad de un pueblo y que
lo facultan para hacer lo que sea en nombre de lo que ellos han
definido como el “Bien” —y que casualmente termina siendo el bien para
sí mismos— son valores peligrosos. Y convierten a ese pueblo en
peligroso. Si no tenemos conciencia de ello nos acostumbraremos a ver
por televisión asesinatos de civiles y seguirá siendo normal que el
presentador no exprese el menor rechazo. Nos acostumbraremos a que un
ejército extranjero ocupe una nación y seguirá siendo normal que sea
llamado libertador. Nos acostumbraremos a que ese país agreda en nombre
de su dios y seguirá siendo normal que a los que lo resisten se les
llame fundamentalistas religiosos. Parafraseando a Brecht, puede que
nuestra indiferente complacencia despierte cuando nos toque a nosotros
y ya sea tarde.
Entonces, frente a un pueblo autoconvencido de su rol
autodefinido en el mundo, a la larga, ¿de qué nos hubiera salvado
Kerry?. Simplemente hubiera adoptado otra estrategia. Lo que sí se
acepta es que su elección hubiera permitido que millones de habitantes
del mundo no vieran una esperanza en tipos como Osama Ben Laden. La
mayoría absoluta de estadounidenses que sí confiaron en alguien de la
calaña de Bush lo impidieron.
Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
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